Alborada

 

Cual de un sol moribundo los reflejos,

cual de extranjera playa, de allá lejos

viene el recuerdo de mi edad primera.

¡En el espacio azul, qué resplandores,

qué arrebol entre nubes de colores!

¡Dadme volver atrás! ¡Ah, si volviera!

Aún miro, como en sueños, alto monte

cerrando el horizonte;

una heredad perdida en la arboleda,

y entre juncos el río, en curso blando,

al umbral de la granja murmurando. . .

¡Sólo una sombra de esos tiempos queda!

Mis hermanos y yo, por esas lomas,

de yerba en flor - bandada de palomas

nacidas a la sombra del olvido,-

al resplandor de la primera aurora,

subimos con la mente soñadora

al cielo, desde el nido.

La luz de la mañana

ya cruza mi ventana

en brilladores haces transparente

y rocío sutil aglomerado

por el opuesto lado,

cubre las hojas del cristal luciente.

En el alma aún presentes las visiones

de otro mundo y los sones

de un himno oído en inefable ensueño,

¡cómo a la voz materna


el niño se prosterna,

rebelde a los estímulos del sueño!

Y melodioso trino,

célico acorde, cántico divino,

al resonar la voz del campanario

del cerro en la eminencia,

se escucha la cadencia

de las alternas notas del Rosario.

Y su diana el gallo vigilante

lanza aquí, más allá y en la distante

heredad. Los devotos labradores,

-¡comienzo santo en la labor diaria!-

entonan la plegaria

ante una cruz de espigas y de flores.

En el humilde templo de la aldea:

-¡Que bien venida sea

tu apetecida luz! -exclama el cura.-

¡Padre, mi labio con amor te nombra;

cubra tu augusta sombra

mi grey, que en tus favores se asegura!

El buen maestro, al rezo

al pequeñito adiestra, que travieso,

del divino gorjeo se recela;

y de jilgueros inocente trino.

con aire campesino

estallan las plegarias de la escuela.

Y el canto del Rosario

el templo asorda, invade el solitario

monte, en el antro mísero solloza.

¡Doquiera suenas, cántico sublime,

donde se ama y' se gime,

en el palacio, en la olvidada choza!

Fatigada la frente,

torno la faz a oriente,

a esas auroras de una edad lejana;

y cólmase la copa de mi llanto,

pues aún amo el encanto

y el perfume y la luz de una mañana.

Remigio Crespo Toral

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